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7 Junto a a)gaqo/j se emplea, en este sentido, sobre todo e)sqlo/j; kako/j significa lo
contrario. El lenguaje de Teognis y de Píndaro muestra cómo estas palabras más tarde
siguen especialmente adheridas a la aristocracia, aunque cambiando su sentido
paralelamente al desarrollo general de la cultura. Sin embargo, esta limitación de la arete en la
aristocracia, natural en la época homérica, no se podía mantener ya más si se tiene en cuenta que la
nueva acuñación de los viejos ideales partió de sitio bien distinto.
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Característica esencial del noble es en Homero el sentido del deber. Se le aplica
una medida rigurosa y tiene el orgullo de ello. La fuerza educadora de la nobleza se
halla en el hecho de despertar el sentimiento del deber frente al ideal, que se sitúa así
siempre ante los ojos de los individuos. A este sentimiento puede apelar cualquiera.
Su violación despierta en los demás el sentimiento de la némesis, estrechamente
vinculado a aquél. Ambos son, en Homero, conceptos constitutivos del ideal ético de
la aristocracia. El orgullo de la nobleza, fundado en una larga serie de progenitores
ilustres, se halla acompañado del conocimiento de que esta preeminencia sólo puede
ser conservada mediante las virtudes por las cuales ha sido conquistada. El nombre de
aristoi conviene a un grupo numeroso. Pero, en este grupo, que se levanta por encima
de la masa, hay una lucha para aspirar al premio de la arete. La lucha y la victoria son
en el concepto caballeresco la verdadera prueba del fuego de la virtud humana. No
significan simplemente el vencimiento físico del adversario, sino el mantenimiento de
la arete conquistada en el rudo dominio de la naturaleza. La palabra aristeia,
empleada más tarde para los combates singulares de los grandes héroes épicos,
corresponde plenamente a aquella concepción. Su esfuerzo y su vida entera es una
lucha incesante para la supremacía entre sus pares, una carrera para alcanzar el primer
premio. De ahí el goce inagotable en la narración poética de tales aristeiai. Incluso en
la paz se muestra el placer de la lucha, ocasión de manifestarse en pruebas y juegos
de varonil arete. Así lo vemos en la Ilíada, en los juegos realizados en una corta
pausa de la guerra en honor de Patroclo muerto. Esta rivalidad acuñó como lema de la
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caballería el verso citado por los educadores de todos los tiempos; ai)e\n
a)risteu/ein kai\ u(pei/roxon e)/mmenai a)/llwn, y abandonado
por el igualitarismo de la novísima sabiduría pedagógica.
En esta sentencia condensó el poeta de un modo breve y certero (24) la conciencia
pedagógica de la nobleza. Cuando Glauco se enfrenta con Diómedes en el campo de
batalla y quiere mostrarse como su digno adversario, enumera, a la manera de
Homero, a sus ilustres antepasados y continúa: "Hipóloco me engendró, de él tengo
mi prosapia. Cuando me mandó a Troya me advirtió con insistencia que luchara
siempre para alcanzar el precio de la más alta virtud humana y que fuera siempre,
entre todos, el primero." No puede expresarse de un modo más bello cómo el
sentimiento de la noble emulación inflamaba a la juventud heroica. Para el poeta del
libro once de la Ilíada era ya este verso una palabra alada. A la salida de Aquiles hay
una escena de despedida muy análoga en la cual su padre Peleo le hace la misma
advertencia.16
En otro respecto es también la Ilíada testimonio de la alta conciencia educadora de
la nobleza griega primitiva. Muestra cómo el viejo concepto guerrero de la arete no
era suficiente para los poetas nuevos, sino que traía una nueva imagen del hombre
perfecto para la cual, al lado de la acción, estaba la nobleza del espíritu, y sólo en la
unión de ambas se hallaba el verdadero fin. Y es de la mayor importancia que este
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ideal sea expresado por el viejo Fénix, el educador de Aquiles, héroe prototípico de
los griegos. En una hora decisiva recuerda al joven el fin para el cual ha sido
educado:
"Para ambas cosas, para pronunciar palabras y para realizar acciones."
No en vano los griegos posteriores vieron ya en estos versos la más vieja
formulación del ideal griego de educación, en su esfuerzo para abrazar lo humano en
su totalidad.17 Fue a menudo citado, en un periodo de cultura refinada y retórica, para
elogiar la alegría de la acción de los tiempos heroicos y oponerla al presente, pobre en
actos y rico en palabras. Pero puede también ser citado, a la inversa, para demostrar la
prestancia espiritual de la antigua cultura aristocrática. El dominio de la palabra
significa la soberanía del espíritu. Fénix pronuncia la sentencia en la recepción de la
legación de los jefes griegos por el colérico Aquiles. El poeta le opone a Odiseo,
maestro de la palabra, y Áyax, el hombre de acción. Mediante este contraste pone de
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